Es sábado por la mañana y Ester Sánchez se pierde en medio de un mar de gente y prendas allí donde la noche anterior sólo había un galpón vacío. En menos de 48 horas, los mismos camiones que llegaron con caballetes, tablones y bolsones de ropa desarmarán todo y seguirán su camino hacia otra localidad: como todos los fines de semana, la "Saladita" ha pasado por Pehuajó, en el oeste bonaerense.
Esta réplica en pequeña escala de la feria informal que se levanta a orillas del Riachuelo y que es mundialmente conocida como La Salada ya hace furor en otras ciudades de la provincia de Buenos Aires, como Junín, Olavarría, Pergamino y Mar del Plata, y en diversas localidades de Misiones, Córdoba, Mendoza, Jujuy, Salta, Catamarca, Corrientes, Santiago del Estero y Tucumán.
"El país le compra a La Salada", resume Jorge Castillo, hombre que se autodefine como "administrador" del complejo ubicado en Lomas de Zamora, hasta donde llegan a comprar todos los puesteros del interior. "En cada distrito grande de Córdoba, por ejemplo, se encuentra una feria de éstas. Hay gente con un camión, tablones y unos fierros que se dedica a armar y desarmar puestos", agrega.
Luisa Garrote viajó 70 kilómetros desde Carlos Tejedor para comprar en la feria de Pehuajó. Es domingo por la tarde y su suerte no es la misma que la de Ester: es poco lo que le queda para elegir. "Tiene que venir el sábado temprano, señora, porque a esta altura ya nos sacaron todo de las manos", le explica el puestero, uno más de los miles que hay en todo el país.
Se calcula que existen más de 500 predios clandestinos en la Argentina, con un universo de casi 60.000 puestos instalados y una facturación anual estimada en $ 40.500 millones, según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME). "Lo que se inició como un fenómeno de las grandes ciudades durante la crisis de 2001-2002, hoy se expande velozmente hacia el interior del país", destaca Vicente Lourenzo, secretario de esta entidad.
Estos centros de venta movilizarían el equivalente del 3% del PBI y evadirían $ 17.000 millones anuales, entre IVA, Ganancias, Ingresos Brutos y cargas sociales, según CAME. "Con ese dinero, que representa el 4,2% de la recaudación impositiva de 2010, se podrían hacer múltiples obras o desarrollar programas de incentivos tributarios para las pymes que sí invierten", opina Lourenzo.
Se replica así en el interior un modelo comercial basado en la rotación constante de la mercadería, los puestos y los propios vendedores. Al mismo tiempo, todo un sector de servicios de logística y seguridad florece alrededor de este negocio.
Juan Carlos Ayala es el encargado de La Salada del Norte, que desde hace seis meses funciona en Pergamino. "Esto es un supermercado de ropa, donde hay de todo", comenta el hombre. Y confiesa que al principio tuvo problemas con los otros comerciantes, pero ahora ya no. "Lo que pasa es que tenemos precios más bajos; estamos todo el día esclavos del local y nos manejamos con márgenes muy chicos", dice el vendedor, para explicar por qué su local está siempre lleno.
El recorrido de la ropa que nutre a las "saladitas" comienza en los miles de pequeños talleres familiares que proveen a La Salada principal; luego la mercadería se traslada en ómnibus o camiones a las distintas localidades y, una vez allí, es ofrecida en los puestos. Una feria chica tiene unos 20 locales, mientras que las más grandes llegan a 150. El precio de la ropa también hace su periplo. Castillo desgrana los números de memoria: una remera de manga larga de algodón peinado, que se vende a $ 50 el kilo, insume $ 13 en tela, $ 4 en confección, $ 1 en etiqueta, bolsa y planchado, $ 1 en bordado, y $ 1 en cortador, con lo que llega a $ 20 de costo. "Puesta en La Salada vale $ 27, y en el interior la venden a $ 50. Esa misma remera cuesta $ 100 en un shopping", detalla.
Claro que, como se destaca desde CAME, en el precio de estos productos no hay costo de impuestos ni de alquiler de local ni de habilitación. Gabriel Fuente, presidente de la Cámara Empresaria de Tandil, dice que en su ciudad tomaron medidas para que la modalidad no se extienda, ya que hay gran temor por lo que se considera competencia desleal.
Lo mismo hicieron otros municipios, como Bragado, 9 de Julio y Carlos Casares, que establecieron ordenanzas para hacer cumplir normas de higiene, límite de metros cuadrados, estacionamiento y pago de impuestos. "De esa forma, se logró ponerle freno al avance en nuestra jurisdicción", cuenta Mariano Cadierno, jefe de Proyectos de Codenoba, consorcio que agrupa a nueve intendencias bonaerenses.
El miércoles último, el gobernador Daniel Scioli se comprometió a regular por ley la instalación de estas ferias informales (ver recuadro). "Es difícil parar la rueda cuando la gente ve que con $ 3000 puede armar su negocio y ganar más que en otro trabajo", concluye Castillo. "Con las «saladitas» se replica un modelo de comercio basado en la ilegalidad, el trabajo esclavo, la evasión y el robo de marca", opina Lourenzo.
Mientras tanto, el gigantesco negocio iniciado por la mayor feria informal de América latina, según la catalogó la Unión Europea, se replica sin pausa en el interior.
SCIOLI Y LOS COMERCIANTES QUIEREN REGULARLAS POR LEYLa marea de "saladitas" en el interior del país encuentra su principal dique de contención en el resto de los comercios, que ponen el grito en el cielo ante lo que consideran competencia desleal y copia de un modelo que refleja lo peor de la sociedad argentina. Es así como, para poner límites formales a esta modalidad, al menos en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Daniel Scioli y representantes de CAME acordaron regularlas por ley.
La iniciativa apunta a que los actuales feriantes tributen todos los impuestos y las cargas sociales. El objetivo de máxima es que el proyecto se apruebe en el actual período legislativo, durante el que ya se suspendió la instalación de nuevas ferias por 180 días.
Vicente Lourenzo, secretario de CAME, apoya la idea, pero advierte sobre la posibilidad de caer en el error de regularizar lo ilegal. "Es difícil controlar estos puestos porque se basan en un sistema de constante rotación", señala. En tanto, Jorge Castillo, administrador de La Salada, retruca: "Nosotros pagamos impuestos, pero no todo lo que pretende esta gente, porque eso es imposible".
Por Carlos Manzoni - Diario La Nación