En extenso mano a mano Omar Vogt comparte sus sentimientos y un claro mensaje respecto a que la lucha por las Malvinas debe darse desde la diplomacia.
- ¿Qué pasa por su cabeza cada aniversario de la Guerra de Malvinas?
- Lo mismo que le pasa a los padres de Colombo o Müller, es volver a recordar cosas muy fuertes, son fechas dolorosas, es como si te meten otra vez el cuchillo para remover la herida… Se cruzan un montón de cuestiones, pero siempre hay que esquivar las balas, con los años algunas cosas que dan tristeza los evito. Los veteranos estamos pisando los 50 años, tenemos que cuidar nuestro físico y la mente, porque si bien no podremos olvidar, tenemos que tratar de superar esta fecha.
- ¿Qué siente 30 años después?
- En este tiempo hemos malvinizado pacíficamente el país y ahora la diplomacia nos está dando la razón, escuchar a los chilenos gritar que “las Malvinas son Argentinas”, es muy reconfortante. Nosotros nunca tuvimos esa duda, por eso fuimos a las escuelas y participamos de todas las actividades posibles. Malvinas es todo, nos decían ‘los chicos de la guerra’, teníamos 18 años, no sé como hacíamos para tener tanto valor. Charlando con compañeros creemos que nos daban algo para incentivarnos, porque no podíamos sentir esa necesidad de entrar en combate. Sabíamos que habíamos tomado las islas y no veíamos la hora de salir a matar y para un chico de 18 años no es normal, algún aliciente nos tenían que haber entregado... Nos acostábamos vestidos, listos para escuchar la alarma de guerra para ir a nuestro puesto y eso no es común para chicos con sólo 45 días de instrucción. Mi trabajo en el servicio militar fue hacer alambrados y pasé a ser maquinista del crucero, nada que ver con la enseñanza que recibí. Todo fue muy alocado...
- En los últimos días se hizo público el Informe Rattembach que acusa a los militares argentinos de improvisados y concluye que el enemigo estaba en nuestra propia fuerza, debido al sufrimiento al que fueron sometidos muchos soldados...
- No soy muy investigador, a medida que pasan los años uno se va sensibilizando y trata de no enterarse de muchas cosas. Para el veterano de guerra nada es fácil, tenemos nuestro orgullo y sabemos que dimos todo, algunos hasta la vida, por eso es mejor no enterarse de esas cosas... No es que no queremos conocer las causas de la derrota o interiorizarnos de ese informe, pero uno se aísla y pone sus propias protecciones. Recuerdo lo que mi médico me dijo: ‘Vos ya cumpliste tu función, colgá las medallas’.
- Cada combatiente sufrió a su manera, ¿cómo fue su caso?
Padecí un stress postraumático. Mi mujer me sacó una escopeta y dos cartuchos que tenía en la mano, me salvó la vida y no me acuerdo de nada. Tuve que entrar en tratamiento psiquiátrico y hoy estoy bien porque fui atendido a tiempo, no por la Armada, por una decisión propia y con el apoyo total de mi familia.
No hay que olvidar que 350 veteranos de guerra se quitaron la vida, es más alta esa cifra que los muertos en combate. Nunca hubo una atención psicológica al veterano de guerra como sucede en Estados Unidos donde los reciben y los siguen atendiendo quince años después cuando viven la regresión de la guerra. Todo soldado que estuvo en combate padece esos problemas. A mí me pasó hace 5 años y tuve el apoyo de mis seres queridos y los medios económicos para hacerlo y salir adelante.
- ¿Le sirvió contar su experiencia al resto de la sociedad?
- Sí, muchísimo, pero éste va a ser el último año que voy a dar charlas a las escuelas, lo hago desde el año 1985 y creo que cumplí un ciclo. Hice un paño rojo para colgar mis medallas y eso quedará como un trofeo de guerra para mis hijos o mis nietos. Cuando vamos a las escuelas los chicos nos miran con tanta atención, después nos piden autógrafos y es muy emocionante, pero la sensibilidad cambió en éstos 30 años, entonces prefiero preocuparme por mi salud y mi familia.
- ¿Pensó que cuando fue a la guerra tenía la edad que hoy tienen tus hijos?
- (se emociona)… Con esa edad me tocó ir a defender la patria y hoy después de 30 años me toca ser la voz viva de aquellos que quedaron allá...No es fácil. Antes podía hablar en público diciendo lo que sentía, nunca inventé nada y hoy no, me cuesta demasiado, me emociono y se me anuda la garganta.
- ¿La ciudad reconoce a los veteranos?
- Desde el año 1982, cuando volvimos de la guerra la sociedad nos reconoció tales como éramos, jóvenes patriotas de 18 años que fuimos a defender la patria y esas tierras tan lejanas… Es una satisfacción muy grande que Esperanza nunca nos haya dado la espalda. Los ciudadanos y los políticos siempre nos apoyaron, el Centro de excombatientes siempre es reconocido como el que quiso concientizar a todos para que el dolor de lo vivido no se repita y recuperemos nuestras islas desde la paz.
- No llegó a Malvinas, ¿le gustaría visitar las islas?
- Si, por supuesto. Estuve a punto este año pero eso depende de la capacidad económica de cada uno y para mí hoy es una limitante. Me encantaría ir a Malvinas y volver a navegar en la zona del hundimiento del ARA Belgrano. Hay que estar muy bien preparado para volver, al veterano de guerra le aconsejan que recién lo haga después de 10 años. Sería un orgullo, ahora están viajando otros muchachos, quizás se flexibilice un poco la situación y podemos hacerlo. Me gustaría ir recordar a quienes quedaron allá.
- ¿Qué le dice hoy a los esperancinos?
- Que nuestro esfuerzo no tiene que ser en vano, que los argentinos debemos seguir bregando y luchando por Malvinas. Siempre les digo a los chicos en las escuelas que los jóvenes de hoy van a ser los futuros soldados para seguir defendiendo las Islas Malvinas con una gran diferencia: nosotros teníamos trajes verdes camuflados y necesitábamos un arma, pero ellos tienen el guardapolvo blanco que simboliza la paz, tienen la democracia y la tecnología que es otra arma inofensiva pero efectiva para ser los nuevos soldados por esa porción de nuestra patria.
“ES LA ESCUELA DONDE VAN MIS HIJOS”
Esta semana el gobernador Antonio Bonfatti inauguró el nuevo edificio de la “Escuela Soldados de la Patria Oscar Colombo y René Muller”, y Vogt, el tercer esperancino tripulante del Crucero Belgrano no puede ocultar su emoción: es la escuela donde van mis hijos Rocío (18) y Facundo (15) es muy emocionante para uno, es un ciclo de vida, mis hijos allí como alumnos y yo como la voz viviente de esos dos compañeros que dieron la vida por nuestra patria”.
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