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Arancedo: El sentido de la resurrección para el hombre

Llegamos al 5° domingo de Cuaresma, próximos a la celebración de la Semana Santa. A lo largo de toda la Cuaresma hemos ido descubriendo el sentido de la vida del hombre desde la palabra y los gestos de Jesús, con los que asumió e iluminó nuestra naturaleza.

Así, vimos la fragilidad de lo humano en sus Tentaciones y el poder de Dios; la dignidad de nuestra vocación en su Transfiguración; la Vida Nueva como don que nos transforma, en el diálogo con la Samaritana; la luz de la Fe que orienta nuestro peregrinar en este mundo y, finalmente en este último domingo, la Resurrección como el triunfo definitivo del hombre. Volvemos a aquella frase tan simple y profunda del Concilio Vaticano II: "el misterio de la vida del hombre sólo se ilumina a la luz  del misterio de  Cristo" (G.S. 22). Jesucristo no es algo prescindible para el hombre, sino el lugar de su verdad plena y del encuentro consigo mismo.

El evangelio de hoy nos presenta la resurrección de Lázaro (Jn. 11, 1-45). Este hecho, que es un signo del poder de Jesús no alcanza, sin embargo, para expresar el significado de su Resurrección, ni aquella a la que estamos llamados. La resurrección de Lázaro es un volver a este mundo. En cambio, la Resurrección de Jesús no es un recuperar la vida para seguir en este mundo, sino iniciar una Vida no sujeta al poder de la muerte. A esta Vida Nueva él la vincula a su persona cuando le responde a Marta, la hermana de Lázaro: "Yo soy la Resurrección y la Vida", para agregar: "El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? le pregunta. La respuesta de Marta es un acto de fe: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". Esta Vida Nueva es presente, no se refiere sólo al futuro, es una realidad actual a la que hoy estoy llamado a vivir. No se trata sólo de un objeto de esperanza, sino del inicio de una Vida que camina hacia su plenitud. La verdad plena de esta Vida tiene horizontes de eternidad, es decir, trasciende lo concreto y contingente de este mundo.

Con la Resurrección de Cristo se inaugura el Reino de Dios como una realidad nueva a la que somos invitados. Es el inicio de ese hombre nuevo que, participando de la vida de Cristo, se convierte en protagonista de un mundo nuevo. La esperanza cristiana lejos de apartarnos de este mundo: "nos debe más bien estimular en el trabajo relativo a la realidad presente" (C.D.S.I. 56). Por ello, trabajar por la dignidad y los derechos del hombre, por la fraternidad y la solidaridad, es trabajar por esos valores que pertenecen al Reino de Dios, que es un "Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz", y que Cristo ha inaugurado con su persona y lo recibimos como fruto de su Resurrección. Es la fe en Jesucristo la que nos introduce en este ámbito de diálogo y de presencia de Dios en nosotros. Concretar esta novedad del Reino de Dios necesita de testigos que la hagan creíble. ¡Cuánta esperanza ha despertado la presencia y el testimonio del Papa Francisco! No es posible un mundo nuevo sin hombres nuevos. Este es el sentido y la fuerza de la Resurrección de Cristo puesta al servicio de todos los hombres.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

ARANCEDO DESDE EL EVANGELIO OPINION
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