En el evangelio de este domingo Jesús nos propone seguirlo a él, ser sus discípulos. No se trata de hacer algo o de seguir una doctrina, sino de encontrarnos con él. Sólo podemos comprender esto si partimos del hecho de que Jesucristo no es sólo un hombre, sino que en él se manifiesta Dios mismo. Sólo Dios puede pedir algo semejante. Esta conciencia nace de una lectura de fe de la Historia de la Salvación, y que nos muestra ese camino de Dios hacia el hombre cumplido en su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
Esta lectura es muy clara en la carta a los Hebreos: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres, nos dice, por medios de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas manera, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Heb. 1, 1). Esta presencia no es la de alguien más en la historia, sino la de Alguien que es único. Si Jesucristo no es el Hijo de Dios, vana seria nuestra fe en él y no tendría sentido hablar de un seguimiento totalizante como él nos lo propone.
El tema del encuentro con Jesucristo ocupa un lugar central en Aparecida. Podríamos decir que es la clave para entender su significado profundo. El llamamiento que hace Jesús a seguirlo presenta una novedad: “En la antigüedad, nos dice, los maestros invitaban a sus discípulos a vincularse con algo trascendente, los maestros de la Ley les proponían la adhesión a la Ley de Moisés, Jesús (en cambio) invita a encontrarnos con Él, porque es la fuente de la vida (cf. Jn. 15, 5-15), y sólo Él tiene palabras de vida eterna” (cf. 6, 68). Esto chocaba para muchos que tenían una imagen espiritualista de Dios.
San Pedro, luego de la experiencia del encuentro con el Señor, y ante la pregunta de si ellos también querían marcharse, exclama: “Señor, ¿a quien iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn. 6, 68). Son conscientes, además, que son llamados para un vínculo personal y un envío: “para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc. 3, 14). El discípulo comprende que la vinculación íntima con Jesús es para participar de su misma Vida, que es la vida de Dios, y para asumir su estilo de vida y su misma misión en el mundo. El discípulo es necesariamente un misionero (cfr. Ap. 131).
Jesús nos revela qué tipo de encuentro y de vinculación nos ofrece y espera de nosotros: “No quiere una vinculación como siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor (Jn. 15, 15). Jesús quiere que su discípulo se vincule a Él como amigo y como hermano. Lo quiere hacer partícipe de su misma vida, que es la vida de su Padre, nos hace familiares suyos (cfr. Ap. 132). Comprender esto es iniciar un diálogo de encuentro con Él, es ponernos en camino hacia la madurez misionera del discípulo.
Esto significa dejarnos atraer por él, no temer a dejar de ser nosotros el centro. Cuántas veces parecería que Jesucristo pasa a ser una idea más en nuestra vida, no el centro, y que no nos entusiasma porque no nos identificamos con Él. La perfección del cristiano es poder decir como san Pablo: “y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal. 2, 20). Ser cristiano, por ello, no es seguir una doctrina, sino participar de una Vida.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz