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Deportes

Cuando la campana final suena demasiado tarde

El boxeo es hermoso. Es escuela de vida para miles de chicos en barrios humildes. Es disciplina, coraje, contención y oportunidad. Pero también es un deporte que golpea de verdad, incluso cuando las luces ya se apagaron y el público se fue.

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Alejandra Oliveras Crédito: web
Ariel Aiello

Por Ariel Aiello

La noticia del ACV que sufrió Alejandra “Locomotora” Oliveras sacudió al mundo del boxeo argentino. No solo porque se trata de una campeona, de una mujer valiente que dejó la vida en cada rincón del ring, sino porque vuelve a poner sobre la mesa un tema que muchas veces se esquiva: las secuelas invisibles que deja el boxeo, esas que aparecen muchos años después de que suena la última campana.

El boxeo es un deporte noble, uno de los más antiguos, con códigos de honor y sacrificio que lo hacen único. Es el arte de anticiparse, de defenderse, de atacar con inteligencia. Pero también es uno de los deportes con mayor riesgo neurológico a largo plazo. Y eso hay que decirlo.

LOS GOLPES QUE NO SE VEN

Según estudios del British Journal of Sports Medicine, más del 15% de los boxeadores profesionales desarrollan daño cerebral crónico. La enfermedad más común es la encefalopatía traumática crónica (CTE), causada por golpes repetidos, aunque no necesariamente devastadores. No hace falta un nocaut para que el cerebro sufra: basta con la repetición sistemática del castigo durante años.

El problema es que estas lesiones no siempre se manifiestan en el momento. Muchas veces el deterioro cognitivo, los cambios de conducta, las dificultades para hablar o moverse aparecen décadas después. En algunos casos, se presentan en forma de Parkinson, Alzheimer precoz, depresión severa o ACV, como el que afectó a Alejandra.

NOMBRES QUE NOS HACEN PENSAR

El mundo del boxeo está lleno de historias conmovedoras, pero también dolorosas. Hombres y mujeres que lo dieron todo sobre el ring y que, con el paso del tiempo, pagaron un precio altísimo:

Muhammad Ali, el más grande, fue diagnosticado con Parkinson poco después del retiro. Muchos médicos relacionaron su enfermedad con los más de 200 mil golpes que recibió en su carrera.

Wilfred Benítez, ex campeón mundial, hoy vive sin poder comunicarse ni valerse por sí mismo. Fue diagnosticado con encefalopatía traumática crónica a los 40 años.

Gerald McClellan, luego de una pelea en 1995, quedó ciego, con daño cerebral severo y dependiente de cuidados permanentes.

Meldrick Taylor, medallista olímpico y campeón mundial, terminó con dificultades del habla y deterioro neurológico severo.

Prichard Colón, joven promesa puertorriqueña, recibió golpes ilegales en una pelea y quedó en estado vegetativo.

Cada uno de estos nombres fue sinónimo de gloria. Pero también de advertencia.

LOCOMOTORA, UNA GUERRERA DE VERDAD

Alejandra Oliveras fue, es y será una luchadora. Se subió a los rings cuando el boxeo femenino era apenas una rareza. Peleó, ganó títulos mundiales, entrenó como los mejores. Pero también expuso su cuerpo —y su cabeza— a un nivel de exigencia extrema. Y hoy, lo está pagando.

Este episodio nos debe hacer reflexionar como sociedad, como medios y como deporte. No se trata de señalar al boxeo como un enemigo, sino de asumir que, como toda actividad de riesgo, necesita prevención, seguimiento y respeto por la salud de quienes lo practican.

El boxeo es hermoso. Es escuela de vida para miles de chicos en barrios humildes. Es disciplina, coraje, contención y oportunidad. Pero también es un deporte que golpea de verdad, incluso cuando las luces ya se apagaron y el público se fue.

EL MOMENTO DE ACTUAR

Es hora de que las federaciones, los promotores y los gobiernos asuman su parte. Que los controles neurológicos sean obligatorios, no solo durante la carrera, sino también después del retiro. Que haya acompañamiento médico y psicológico. Que no dejemos solos a nuestros campeones cuando bajan del ring.

Porque cuando la campana final suena, muchas veces lo hace demasiado tarde.

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