Por Ariel Aiello
Murió Hugo Orlando Gatti. Cuesta escribirlo. Porque el Loco, como tantos personajes inmensos del fútbol argentino, parecía de esos que no se iban a ir nunca. Siempre con una sonrisa, con una frase desafiante, con un concepto que podía gustarte o no, pero que jamás pasaba inadvertido. Gatti fue todo menos tibio.
En una era donde los arqueros eran estáticos, él fue un revolucionario. Jugaba con los pies, se adelantaba, arriesgaba, gambeteaba. Fue líbero cuando todavía no se hablaba de arqueros modernos. Lo apodaron “Loco” porque hacía lo que nadie se animaba. Pero ese “Loco” tenía método. Tenía estilo. Tenía una idea.
Su carrera es eterna: 765 partidos oficiales, récord histórico en el fútbol argentino. Pasó por Atlanta, River, Gimnasia, Unión de Santa Fe —donde jugó en el '75 y dejó una huella fugaz pero recordada por los tatengues— y se consagró en Boca. Allí ganó títulos, fue figura, y dejó para siempre su estampa debajo de los tres palos de La Bombonera. Siempre con su vincha, siempre con sus buzos extravagantes, siempre con su impronta. Gatti no atajaba: actuaba. Pero actuaba en serio. Se tiraba de palo a palo, cortaba centros, bailaba en los penales. Era show y eficacia.
Fuera de la cancha, siguió siendo Gatti. Polémico, frontal, a veces contradictorio, pero siempre auténtico. No se calló nunca, ni en los medios de España, donde se reinventó como panelista, ni acá, donde su voz seguía retumbando en cada charla de café.
Hoy se fue el Loco. Se fue el que alguna vez dijo “el arco es como una mujer: hay que saber tratarla”. El que se animó a atajarle un penal a Pelé y se burló de Maradona... y también lo abrazó. Se fue el que no tenía filtro. Pero también el que amaba el fútbol como pocos.
Hugo Orlando Gatti ya no está, pero el mito se agranda. Porque los locos como él no mueren del todo. Se quedan volando por siempre entre los tres palos de la memoria. También en el rincón más nostálgico de cada hincha de Unión, que alguna vez lo vio volar con la rojiblanca.
