Locales

Arancedo reflexionó sobre el Día de los Abuelos

DÍA DE LOS ABUELOS – 26 de julio de 2014

 

Celebramos en la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María, el Día de los Abuelos. Considero esta fecha como un momento de recuerdo, de raíces y gratitud, pero también de compromiso con quienes hoy viven el tiempo de ser abuelos. Ante todo, debemos valorar la importancia de su presencia junto a nosotros como en la sociedad. Nuestra misma existencia es el mejor testimonio de reconocimiento hacia ellos. Son personas con un camino recorrido, pero con un presente que debemos conocer en sus proyectos y necesidades. No fueron sólo una etapa en mi vida, ellos son un hoy que nos enriquecen y los necesitamos. Esto lo veo cuando descubro en sus vidas el sentido de una vocación que no se agota por haber cumplido una función. Debo reconocer que en la vida de la Iglesia son muchos los “abuelos” que cumplen un rol importante al servicio de la comunidad, sea por su sabiduría, bondad y experiencia, que los hace miembros activos en diversas tareas y funciones que cumplen.

 

Hablé de gratitud en primer lugar. Ser agradecidos es un acto de justicia, es darle al otro lo que le corresponde, pero también es un acto que nos hace bien. El que no agradece piensa que lo que tiene es mérito propio: ¿a quién voy a gradecer?, diría. El que agradece, en cambio, sabe que su vida es un don recibido de Dios y de nuestros padres, que nos engendraron y cuidaron. Cuando se pierde la dimensión de la vida como un don se empobrece nuestras relaciones y se debilita el sentido de gratitud; nos creemos dioses, siendo criaturas. Cuando descubro que la vida es un don comprendo, además, que mi vida es servicio y tarea. Estas fechas nos ayudan a recuperar nuestra verdad de criaturas como el sentido de la historia, que no comienza con nosotros. Qué buena la imagen de sabernos portadores de una posta que hemos recibido, que la debemos cuidar, enriquecer y entregar. Nuestros abuelos ocupan un lugar único y ejemplar.

 

Un signo de madurez en la vida de una sociedad es ver qué lugar ocupa, y qué cuidado se le presta a la niñez como a las personas mayores. Esto habla de justicia y del nivel moral alcanzado por una comunidad. Cuando a los que nos consideran “activos” sólo pensamos en nuestras urgencias y éxitos, y no tenemos tiempo para mirar y pensar en nuestros niños y mayores, podemos hablar de signos de una enfermedad social que tiene su raíz en un individualismo egoísta. Hemos sido mal “enseñados” por una sociedad que nos dice “pensá en vos, no pierdas tu tiempo pensando en el otro”. Esta actitud va cortando lazos de solidaridad familiar y de responsabilidad social. Si bien el tema de los “abuelos” es un tema ante todo personal y familiar, forma parte también de lo que llamaría deberes de una justa política de Estado. No es el momento de hablar de las jubilaciones y de la salud de nuestros mayores, pero ciertamente son temas que nos preocupa y debe comprometer. Conciente de esta realidad la Iglesia ha organizado lo que llama la Pastoral de Adultos Mayores, que es un espacio de encuentro y reflexión, de acompañamiento y propuestas en una temática tan rica, actual y necesaria en la vida de toda la sociedad.

 

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

 

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

ARANCEDO ARZOBISPO REFLEXION

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